miércoles, 11 de julio de 2012

POR FIN LA LLUVIA

El olvido llegó una mañana cualquiera. Se presentó casi sin avisar diluyendo poco a poco setenta años de vida en una nebulosa de recuerdos. Rafael remontaba el camino hacia su casa como hacia cada día desde que había dejado atrás los grises años en la fábrica. Se había despertado temprano, sin hacer apenas ruido. Un suave y tembloroso beso en la frente para no despertarla. Muchos días permanecía en silencio junto a la cama contemplándola. Recorriendo con sus ya vidriosos ojos cada pliegue de su piel, su rostro dibujado de arrugas, repasando en cada una todo lo vivido junto a ella. El largo noviazgo, los primeros años de matrimonio, el nacimiento de los niños, la pelea dura en aquellos momentos tan difíciles. Sus primeros viajes, y luego un larga convivencia que les había llevado cincuenta años después a compartir sus días de vejez. 

La cafetera protestó al amanecer y pronto la casa se inundó de olor a café recién hecho. Le preparó el suyo como cada día y dejó la taza humeante sobre la mesilla al lado de la cama. Cerró con suavidad la puerta al salir de la casa y calle arriba comenzaba la rutina que tanto le gustaba. Otro café, periódico y visita al mercado. Ese día había decidido sorprenderla. Flores frescas para el jarrón del salón, pan recién hecho y un poco de ese queso que tanto le gustaba a los dos. Entonces fue cuando el olvido comenzó a abrirse paso. Rafael apenas se dio cuenta. Fue un pequeño instante de desconcierto. En algún punto del camino, de regreso a casa, no fue capaz de recordar como llegar. Miraba un poco desconcertado los comercios, algún vecino que le saludaba al pasar. Desorientado y confuso. Pronto, volvió a la realidad. Habían sido solo unos pocos segundos, o al menos eso le había parecido. Pero el olvido ya había empezado a abrirse paso en sus recuerdos.

domingo, 8 de julio de 2012

Tiempo y Olvido





Existe una tierra mágica donde la luz incendia las mañanas, donde el tiempo olvida el olvido. Existe un lugar en el que no hay recuerdos ni nostalgias. Donde no hay primaveras ni otoños. Un lugar donde no hay hombre del traje gris, ni corazones guardados en meses de abril robados, ni mañanas de relojes. El sol cae dulce sobre la piel, acaricia las arenas y los aromas de mil lugares impregnan el aire cálido, una araña teje paciente su tela de piel a la luz descompuesta de la tarde.

Hay un lugar en el que las heridas no se sienten, en el que el alma se serena en atardeceres infinitos.